Fútbol en vivo





¿Cómo perderse un gol en un estadio?

Esta pregunta, aunque parezca increíble, termina siendo dolorosa para aquel individuo que se tomó el tiempo de ir hasta el recinto deportivo y perderse la alegría cumbre del balompié. En definitiva, yo (sí este mismo servidor quién les escribe) pensé que nunca iba a sufrir de ese mal, que otros me habían narrado en historias trágicas de adelantarse al final del partido o de una rápida huida al baño, ante la imposibilidad de poder controlar los esfínteres.

Todo empezó un domingo 17 de abril de 2011, cuando unos fieles seguidores de Vélez Sarsfield me esperaban en el auto para emprender camino hacia la ciudad de Santa Fe, a unos 478 kilómetros de Buenos Aires. El viaje se hizo largo a través de llanuras y paisajes argentinos, pero la pasión no se desvanecía ya que varios micros de la hinchada del Fortín, venían galopando raudamente junto a nosotros, para arribar a la cita del encuentro pactada a las 16:10 en el estadio Brigadier General Estanislao López. A lo largo de la travesía, varios seguidores de Vélez me habían dicho que creían mucho en las cábalas cuando alguien veía por primera vez a su equipo. Por lo tanto, yo rezaba por una victoria ya que ésta me otorgaba automáticamente el carácter de talismán obligatorio para obtener un triunfo. Un empate dejaba las cosas como al principio: mi presencia no afectaba el orden preestablecido. Y una derrota me obligaba a decirle adiós por siempre a ver en vivo al Fortín.

Al sobrepasar a los micros de la barra brava con la que veníamos, deambulábamos de antemano por los alrededores del Cementerio de los Elefantes. Preguntábamos tímidamente a los policías, entre unos cuantos hinchas de Colón que nos miraban mal, dónde quedaba la entrada de visitantes. Y aunque tratamos de guardar prudencia, ésta se estropeó gracias a una mujer policía que nos delató vilmente.

-Hola, buenas tardes. ¿Sabe usted por dónde queda la entrada visitante?

-Un momento –dijo la oficial de policía. Volteó su mirada hacia un compañero que estaba a cuatro metros y pegó el siguiente grito entre unas cuantas camisetas de la hinchada local: ¡¿Fernando sabés por dónde ingresa la hinchada visitante?!

En ese momento era precisa la frase de “si las miradas mataran…” Unos cuantos vistazos hacia el auto en el que íbamos nos señalaron lo inoportuno de la situación y el lugar que frecuentábamos. Menos mal esto no pasó a mayores ya que encontramos de nuevo a la fanaticada de Vélez. Uno de los pasajeros con los que iba exclamó bastante aliviado: tierra firme de nuevo.

Después de tantos percances por fin vimos el inicio de la contienda entre Colón y Vélez. El encuentro no tuvo mayores sobresaltos en la primera parte. Todo transcurría en calma y yo seguía siendo observado por ser nuevo dentro de la barra. El talismán estaba a prueba. Corría el minuto 21 del segundo tiempo, cuando se rompió el 0 en el marcador para que Colón se fuera arriba 1 a 0 con gol de Moreno y Fabianesi. El silencio fue abrumador por parte de los aficionados que estaban alrededor mío y veía cómo las diferentes tribunas del estadio sobresaltaban de alegría con jolgorio. Y mientras tanto sentía venir la sentencia final de mi futuro alejamiento de la hinchada por ser un amuleto de mala suerte y derrota. La desesperación se apoderó de los seguidores del Fortín y también de sus jugadores.

Para evitar desmanes y accidentes a la salida, habíamos decidido junto con los demás pasajeros del carro, salir 3 minutos antes del estadio. Ya habían pasado algunos segundos del minuto 90, en el momento en que el cuarto árbitro mostró los 4 minutos de tiempo de reposición. Esa era la señal que indicaba nuestra salida del Cementerio de los Elefantes. Cabizbajos y afligidos, los seguidores de Vélez que me acompañaban hasta la salida daban pasos lentos y no entendían la inminente derrota de su equipo. De repente, un grito de gol impresionante estalló del interior del estadio. No sabíamos de quién había sido el gol hasta que levantamos la cabeza y vimos un hincha de Vélez en una punta del recinto, saltando y gritando. No lo podíamos creer: viajar más de 450 kilómetros y perdernos un gol del equipo que alentábamos. Corrimos como si no hubiera mañana para poder ingresar de nuevo a la tribuna visitante. Toda la hinchada gritaba y saltaba de felicidad de una manera que no podía creer que este partido que se daba casi por perdido, se empatara al minuto 93. Poco importaba haberse perdido la acción del gol ya que el clima de celebración fue un estallido de emoción sin precedentes.


No es lo mismo ver un partido que sentirlo







El reloj marcaba las 3:30 de la tarde y la jornada futbolística del torneo local argentino transcurría con normalidad. Me preparaba para vivir el partido de Racing contra Estudiantes, por la sexta fecha del Torneo Clausura Néstor Kirchner 2011. Sin embargo una noticia agitó los ánimos de la tarde futbolera del domingo 20 de marzo. El partido entre Velez Sarfield y San Lorenzo había sido suspendido a los 7 minutos del primer tiempo, debido al mal comportamiento de la hinchada del Ciclón. La noticia era difundida por los distintos canales de televisión local. Al subirme al auto, en radio se especulaba con la muerte de un hincha a las afueras del estadio José Amalfitani. Los enfrentamientos entre barras con desenlaces fatales con muertos incluidos, fueron las primeras imágenes que muchos hinchas y apasionados por el futbol tuvieron en su cabeza.
La llegada a Avellaneda me fue dando un panorama de lo que era estar cada vez más cerca del cilindro de Avellaneda: tres motos y sus respectivos pasajeros iban con camisetas de Racing y banderas ondeándose por las vías. Me sorprendió los cerca que quedaban los estadios de Racing e Independiente. Un amigo me dijo que cuando Perón inauguró este estadio dijo en tono de broma que el estadio de Racing había quedado bien, solo que los baños estaban un poco lejos. Al mezclarme entre la multitud de hinchas de la Academia, veía claramente el ambiente familiar que se vivía. La imagen de niños de 3 o 4 años tomados de la mano por su padre caminando hacia el recinto deportivo, daba la imagen de cierto ritual que se transmite de generación en generación. La presencia femenina también era visible, lo cual plasma hasta qué punto un deporte como el futbol ha calado en una sociedad y cultura como la argentina.
Al entrar en este templo del fútbol, un señor de unos 70 años nota rápidamente que es la primera vez que ingreso a este estadio. El señor sonríe y me dice: ¿sabés que aquí entraban hasta 100 000 personas antes? Los escalones para entrar a la platea E eran cada vez más numerosos y empinados. Y al llegar a la cima, uno experimenta esa percepción que tiene un escalador al arribar a lo más alto de la montaña para sentirse en contacto con la naturaleza; o tal vez como la primera vez que uno corre sin rienda suelta cuando tiene de frente al mar y el horizonte no se distingue.
Los tambores retumbaban en la acústica del estadio que parecía tener vida y movimiento; se podía palpar la estructura del estadio temblar y removerse. A las 5:40 de la tarde algunos jugadores de Racing hacían su calentamiento en la cancha y todos los integrantes de la “Guardia Imperial” -la hinchada más reconocida del club blanquiceleste- marcaban la cadencia, ritmo y letra de los cánticos. La otra cara de la moneda eran los aficionados del equipo de Estudiantes de la Plata, quienes eran pocos pero lo suficiente para hacerse escuchar. La salida al campo de los dos equipos aumentó la euforia en el público asistente. El partido se hizo bastante enredado en los 90 minutos. Sólo un momento hizo que toda la hinchada de Racing se enmudeciera de repente; una acción del jugador uruguayo Hernán Rodrigo López marcó la diferencia con un gol de otro partido que le dio los tres puntos al pincha. Se hizo de noche y se oscureció el panorama para la Academia quien había llegado a la sexta fecha como líder y perdía esta posición de honor, al caer con el campeón del Apertura 2010.
El locutor del estadio anunciaba que los simpatizantes del equipo de Avellaneda debían esperar 30 minutos en el estadio mientras los seguidores de Estudiantes desocupaban el recinto. Las caras largas por la derrota eran evidentes tanto en chicos y grandes. La salida se dio en completa calma y todos los hinchas discutían las acciones del partido, pensando en dónde estuvo la clave de la derrota. Sin embargo, la sensación que se percibía era que Racing era un equipo que iba encontrando su forma, mientras que su rival era un conjunto que venía ya con una base y un estilo establecido. No por nada había sido campeón de América en 2009.