viernes, 22 de abril de 2011

¿Cómo perderse un gol en el estadio?



Esta pregunta, aunque parezca increíble, termina siendo dolorosa para aquel individuo que se tomó el tiempo de ir hasta el recinto deportivo y perderse la alegría cumbre del balompié. En definitiva, yo (sí este mismo servidor quién les escribe) pensé que nunca iba a sufrir de ese mal, que otros me habían narrado en historias trágicas de adelantarse al final del partido o de una rápida huida al baño, ante la imposibilidad de poder controlar los esfínteres.

Todo empezó un domingo 17 de abril de 2011, cuando unos fieles seguidores de Vélez Sarsfield me esperaban en el auto para emprender camino hacia la ciudad de Santa Fe, a unos 478 kilómetros de Buenos Aires. El viaje se hizo largo a través de llanuras y paisajes argentinos, pero la pasión no se desvanecía ya que varios micros de la hinchada del Fortín, venían galopando raudamente junto a nosotros, para arribar a la cita del encuentro pactada a las 16:10 en el estadio Brigadier General Estanislao López. A lo largo de la travesía, varios seguidores de Vélez me habían dicho que creían mucho en las cábalas cuando alguien veía por primera vez a su equipo. Por lo tanto, yo rezaba por una victoria ya que ésta me otorgaba automáticamente el carácter de talismán obligatorio para obtener un triunfo. Un empate dejaba las cosas como al principio: mi presencia no afectaba el orden preestablecido. Y una derrota me obligaba a decirle adiós por siempre a ver en vivo al Fortín.


Al sobrepasar a los micros de la barra brava con la que veníamos, deambulábamos de antemano por los alrededores del Cementerio de los Elefantes. Preguntábamos tímidamente a los policías, entre unos cuantos hinchas de Colón que nos miraban mal, dónde quedaba la entrada de visitantes. Y aunque tratamos de guardar prudencia, ésta se estropeó gracias a una mujer policía que nos delató vilmente.


-Hola, buenas tardes. ¿Sabe usted por dónde queda la entrada visitante?


-Un momento –dijo la oficial de policía. Volteó su mirada hacia un compañero que estaba a cuatro metros y pegó el siguiente grito entre unas cuantas camisetas de la hinchada local: ¡¿Fernando sabés por dónde ingresa la hinchada visitante?!


En ese momento era precisa la frase de “si las miradas mataran…” Unos cuantos vistazos hacia el auto en el que íbamos nos señalaron lo inoportuno de la situación y el lugar que frecuentábamos. Menos mal esto no pasó a mayores ya que encontramos de nuevo a la fanaticada de Vélez. Uno de los pasajeros con los que iba exclamó bastante aliviado: tierra firme de nuevo.


Después de tantos percances por fin vimos el inicio de la contienda entre Colón y Vélez. El encuentro no tuvo mayores sobresaltos en la primera parte. Todo transcurría en calma y yo seguía siendo observado por ser nuevo dentro de la barra. El talismán estaba a prueba. Corría el minuto 21 del segundo tiempo, cuando se rompió el 0 en el marcador para que Colón se fuera arriba 1 a 0 con gol de Moreno y Fabianesi. El silencio fue abrumador por parte de los aficionados que estaban alrededor mío y veía cómo las diferentes tribunas del estadio sobresaltaban de alegría con jolgorio. Y mientras tanto sentía venir la sentencia final de mi futuro alejamiento de la hinchada por ser un amuleto de mala suerte y derrota. La desesperación se apoderó de los seguidores del Fortín y también de sus jugadores.


Para evitar desmanes y accidentes a la salida, habíamos decidido junto con los demás pasajeros del carro, salir 3 minutos antes del estadio. Ya habían pasado algunos segundos del minuto 90, en el momento en que el cuarto árbitro mostró los 4 minutos de tiempo de reposición. Esa era la señal que indicaba nuestra salida del Cementerio de los Elefantes. Cabizbajos y afligidos, los seguidores de Vélez que me acompañaban hasta la salida daban pasos lentos y no entendían la inminente derrota de su equipo. De repente, un grito de gol impresionante estalló del interior del estadio. No sabíamos de quién había sido el gol hasta que levantamos la cabeza y vimos un hincha de Vélez en una punta del recinto, saltando y gritando. No lo podíamos creer: viajar más de 450 kilómetros y perdernos un gol del equipo que alentábamos. Corrimos como si no hubiera mañana para poder ingresar de nuevo a la tribuna visitante. Toda la hinchada gritaba y saltaba de felicidad de una manera que no podía creer que este partido que se daba casi por perdido, se empatara al minuto 93. Poco importaba haberse perdido la acción del gol ya que el clima de celebración fue un estallido de emoción sin precedentes.










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